¿Podría la enfermedad de Parkinson originarse en el intestino? Investigaciones recientes sugieren una relación sorprendente.

Artículo publicado en: 7 nov 2024
Could Parkinson’s Disease Begin in the Gut? Emerging Research Suggests a Surprising Link
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La enfermedad de Parkinson (EP) es ampliamente conocida por sus síntomas característicos, como temblores, rigidez y dificultad de movimiento, derivados de la degeneración de las células cerebrales que producen dopamina. Sin embargo, estudios recientes han revelado un origen sorprendente de la enfermedad, que podría comenzar no en el cerebro, sino en el tracto digestivo. Esta conexión entre el intestino y el cerebro está cobrando fuerza a medida que los investigadores investigan cómo los microbios intestinales podrían impulsar la progresión del Parkinson del intestino al cerebro.

El intestino alberga billones de microorganismos, conocidos colectivamente como el microbioma intestinal. Estos microbios ayudan a la digestión, producen vitaminas esenciales e incluso desempeñan un papel en la función inmunitaria. Sin embargo, en personas con enfermedad de Parkinson, los investigadores han observado un cambio notable en la composición del microbioma intestinal, donde ciertas familias de bacterias superan a otras. Una de estas familias es la de las Enterobacteriaceae, que incluye la conocida bacteria Escherichia coli ( E. coli ), y se ha encontrado en niveles más altos en personas con EP.

Entonces, ¿cómo podrían estos cambios microbianos contribuir a la enfermedad de Parkinson?

El camino del intestino al cerebro

Una hipótesis emergente es que las proteínas mal plegadas, que se acumulan en el cerebro de las personas con párkinson, podrían tener su origen en el intestino. Específicamente, los investigadores se han centrado en la alfa-sinucleína, una proteína que se aglomera en el cerebro de los pacientes con EP, alterando la función nerviosa. Los científicos creen que, bajo ciertas condiciones, la alfa-sinucleína puede comenzar a mal plegarse en el intestino. Una vez mal plegada, puede propagarse de célula a célula en una especie de reacción en cadena, llegando finalmente al cerebro a través del nervio vago, un nervio largo que conecta el cerebro con el tracto digestivo.

En personas con párkinson, el entorno intestinal parece propiciar condiciones favorables para este plegamiento anómalo. Los desequilibrios microbianos intestinales pueden provocar inflamación y crear un entorno que favorece el plegamiento anómalo de la alfa-sinucleína, desencadenando una reacción en cadena que podría llegar al cerebro.

Microbios e inflamación: un punto de inflexión

El crecimiento excesivo de bacterias como las Enterobacteriaceae, incluyendo E. coli , puede provocar una respuesta inflamatoria intestinal. Normalmente, el sistema inmunitario mantiene las bacterias intestinales bajo control, pero cuando ciertas bacterias se sobrepoblan, pueden provocar una inflamación crónica de baja intensidad. Esta inflamación persistente puede alterar el revestimiento intestinal, permitiendo que moléculas potencialmente dañinas escapen al torrente sanguíneo y lleguen al cerebro, donde pueden contribuir a la neuroinflamación, un factor conocido en la progresión del Parkinson.

Implicaciones para el tratamiento y la prevención

Si la enfermedad de Parkinson realmente se origina en el intestino, se abren nuevas posibilidades de intervención y prevención. Los probióticos, prebióticos y cambios en la dieta podrían utilizarse para equilibrar el microbioma intestinal y evitar que los desequilibrios microbianos impulsen la progresión del Parkinson. La intervención temprana puede ayudar a prevenir o ralentizar el plegamiento incorrecto de la alfa-sinucleína y su tránsito desde el intestino hasta el cerebro.

Este enfoque basado en el intestino no explica definitivamente todos los casos de párkinson, pero representa una vía prometedora para futuras investigaciones. Si bien se necesitan más estudios para comprender el papel exacto de los microbios intestinales en la enfermedad de párkinson, es evidente que la conexión entre el intestino y el cerebro podría ser la clave para tratamientos nuevos y eficaces.

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